miércoles, 21 de noviembre de 2018

ACTIVIDAD EN EL AULA (GRUPO 302) JUEVES 22 DE NOVIEMBRE


Actividad


ACTIVIDAD
·         Selecciona la actividad del blogs de tareas y pega en un documento Word.
·         Contesta lo que se te pide
·         El documento guárdalo como ficha #7
·          Archivar en carpeta de taller de lectura.


I.-INSTRUCCIONES: Lee con atención los siguientes fragmentos de novelas y responde las preguntas después de cada texto.
Frankenstein.
Capítulo V
Una triste noche del mes de noviembre pude, por fin, ver realizados mis sueños. Con una ansiedad casi agónica dispuse a mí alrededor los instrumentos necesarios para infundir vida en el ser inerte que reposaba a mis pies. El reloj había dado ya la una de la madrugada, y la lluvia tamborileaba quedamente en los cristales de mi ventana. De pronto, y aunque la luz que me alumbraba era ya muy débil, pude ver cómo se abrían los ojos de aquella criatura. Respiró profundamente y sus miembros se agitaron con un estremecimiento convulsivo. Quisiera poder describir las emociones que hicieron presa de mí ante semejante catástrofe, o tan sólo dibujar al ser despreciable que tantos esfuerzos me había costado formar. Sus miembros, eso es cierto, eran proporcionados a su talla, y las facciones que yo había creado me llegaron a parecer bellas... ¡Bellas! ¡Santo cielo! Su piel era tan amarillenta que apenas lograba cubrir la red de músculos y arterias de su interior; su cabello, negro y abundante, era lacio; sus dientes mostraban la blancura de las perlas... Sin embargo, esta mezcla no conseguía sino poner más de manifestó lo horrible de sus vidriosos ojos, cuyo color se aproximaba al blanco sucio de sus cuencas, y de todo su arrugado rostro, en el que destacaban los finos y negros labios.
Aunque muy numerosos, los accidentes de la vida no son tan variables como los sentimientos humanos. Durante casi dos años, yo, por este inmundo ser, me había privado del descanso en mi empeño por infundirle la vida; lo había deseado con todo el ardor de que era capaz, y ahora que lo había conseguido, la triste realidad llenaba mis sueños de horror y repugnancia. Incapaz de soportar por más tiempo la vista de aquella obra, hui del taller a mi dormitorio, donde intenté en vano conciliar el sueño. Poco a poco, vencido por el cansancio y sin despojarme siquiera de mis ropas de trabajo, logré dormir... para ser presa de horribles pesadillas. Creí ver a Elizabeth, desbordante de salud, paseando por las calles de Ingolstadt; yo, sorprendido y feliz, iba a abrazarla; pero al depositar un beso en sus labios, sentía que quedaban tersos y fríos y veía cómo su cara palidecía como la de un muerto; entonces, el cuerpo que tenía en mis brazos se convertía en el de mi propia madre, envuelta en un sudario por el que corrían los gusanos. Desperté de mi sueño temblando de horror, completamente empapado de sudor, con mis dientes castañeteando de frío y agitado por una convulsión de todo mi cuerpo. De pronto, a la pálida luz de los rayos de la luna, sentí que alguien apartaba las coberturas de mi cama y se quedaba mirándome fijamente: era el miserable engendro que yo había creado. Abrió su boca y emitió unos sonidos mientras una horrible mueca contraía sus mejillas. Es posible que hablara, aunque en medio de mi terror no me fue posible escucharlo. Una de sus manos se tendía hacia mí como si quisiera tocarme, pero de un salto conseguí escapar y me lancé escaleras abajo hasta llegar al patio. Allí pasé el resto de la noche, paseando de un extremo a otro, lleno de agitación y con el oído atento al menor ruido que se produjera y que pudiera indicarme la proximidad del cadáver demoníaco al que tan miserablemente había dado la vida. Mary Shelley (inglesa, 1797-1851).
CONTESTAR:
1. ¿Qué tipo de narrador tiene el texto?
2. ¿Qué piensa del ser creado?
3. ¿Cuáles son las características físicas de la creatura?
4. ¿Dónde se están realizando las acciones?


El Principito.
XXI
 Entonces apareció el zorro: ¡Buenos días! —dijo el zorro. ¡Buenos días! —respondió cortésmente el Principito que se volvió pero no vio nada. Estoy aquí, bajo el manzano —dijo la voz. ¿Quién eres tú? —Preguntó el Principito—. ¡Qué bonito eres! Soy un zorro —dijo el zorro. Ven a jugar conmigo —le propuso el Principito—, ¡estoy tan triste! No puedo jugar contigo —dijo el zorro—, no estoy domesticado. ¡Ah, perdón! —dijo el Principito. Pero después de una breve reflexión, añadió: ¿Qué significa “domesticar”? Tú no eres de aquí —dijo el zorro— ¿qué buscas? —Busco a los hombres —le respondió el Principito—. ¿Qué significa “domesticar”? —Los hombres —dijo el zorro— tienen escopetas y cazan. ¡Es muy molesto! Pero también crían gallinas. Es lo único que les interesa. ¿Tú buscas gallinas?
—No —dijo el Principito—. Busco amigos. ¿Qué significa “domesticar”? —volvió a preguntar el Principito. —Es una cosa ya olvidada —dijo el zorro—, significa “crear vínculos... “¿Crear vínculos? —Efectivamente, verás —dijo el zorro—. Tú no eres para mí todavía más que un muchachito igual a otros cien mil muchachitos y no te necesito para nada. Tampoco tú tienes necesidad de mí y no soy para ti más que un zorro entre otros cien mil zorros semejantes. Pero si tú me domésticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo... —Comienzo a comprender —dijo el Principito—. Hay una for... creo que ella me ha domesticado... —Es posible —concedió el zorro—, en la Tierra se ven todo tipo de cosas. ¡Oh, no es en la Tierra! —exclamó el Principito. El zorro pareció intrigado: ¿En otro planeta? Sí. ¿Hay cazadores en ese planeta? —No. ¡Qué interesante! ¿Y gallinas? —No. —Nada es perfecto —suspiró el zorro. Y después volviendo a su idea: —Mi vida es muy monótona. Cazo gallinas y los hombres me cazan a mí. Todas las gallinas se parecen y todos los hombres son iguales; por consiguiente me aburro un poco. Si tú me domésticas, mi vida estará llena de sol. Conoceré el rumor de unos pasos diferentes a todos los demás. Los otros pasos me hacen esconder bajo la tierra; los tuyos me llamarán fuera de la madriguera como una música. Y además, ¡mira! ¿Ves allá abajo los campos de trigo? Yo no como pan y por lo tanto el trigo es para mí algo inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada y eso me pone triste. ¡Pero tú tienes los cabellos dorados y será algo maravilloso cuando me domestiques! El trigo, que es dorado también, será un recuerdo de ti. Y amaré el ruido del viento en el trigo. El zorro se calló y miró un buen rato al principito: —Por favor... domestícame —le dijo. —Bien quisiera —le respondió el Principito pero no tengo mucho tiempo. He de buscar amigos y conocer muchas cosas. —Sólo se conocen bien las cosas que se domestican —dijo el zorro—. Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Lo compran todo hecho en las tiendas. Y como no hay tiendas donde vendan amigos, los hombres no tienen ya amigos. ¡Si quieres un amigo, domestícame! — ¿Qué debo hacer? —preguntó el Principito.
— Debes tener mucha paciencia —respondió el zorro—. Te sentarás al principio un poco lejos de mí, así, en el suelo; yo te miraré con el rabillo del ojo y tú no me dirás nada. El lenguaje es fuente de malos entendidos. Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca... El Principito volvió al día siguiente. —Hubiera sido mejor —dijo el zorro— que vinieras a la misma hora. Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde; desde las tres yo empezaría a ser dichoso. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto, descubriré así lo que vale la felicidad. Pero si tú vienes a cualquier hora, nunca sabré cuándo preparar mi corazón... Los ritos son necesarios. ¿Qué es un rito? —inquirió el Principito. —Es también algo demasiado olvidado —dijo el zorro—. Es lo que hace que un día no se parezca a otro día y que una hora sea diferente a otra. Entre los cazadores, por ejemplo, hay un rito. Los jueves bailan con las muchachas del pueblo. Los jueves entonces son días maravillosos en los que puedo ir de paseo hasta la viña. Si los cazadores no bailaran en día fjo, todos los días se parecerían y yo no tendría vacaciones. De esta manera el Principito domesticó al zorro. Y cuando se fue acercando el día de la partida: ¡Ah! —Dijo el zorro—, lloraré. —Tuya es la culpa —le dijo el Principito—, yo no quería hacerte daño, pero tú has querido que te domestique... —Ciertamente —dijo el zorro. ¡Y vas a llorar!, —dijo él Principito. ¡Seguro! —No ganas nada. —Gano —dijo el zorro— he ganado a causa del color del trigo. Y luego añadió: —Vete a ver las rosas; comprenderás que la tuya es única en el mundo. Volverás a decirme adiós y yo te regalaré un secreto. El Principito se fue a ver las rosas a las que dijo: —No son nada, ni en nada se parecen a mi rosa. Nadie las ha domesticado ni ustedes han domesticado a nadie. Son como el zorro era antes, que en nada se diferenciaba de otros cien mil zorros. Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo. Las rosas se sentían molestas oyendo al Principito, que continuó diciéndoles: —Son muy bellas, pero están vacías y nadie daría la vida por ustedes. Cualquiera que las vea podrá creer indudablemente que mi rosa es igual que cualquiera de ustedes. Pero ella se sabe más importante que todas, porque yo la he regado, porque ha sido a ella a la que abrigué con el fanal, porque yo le maté los gusanos (salvo dos o tres que se hicieron mariposas ) y es a ella a la que yo he oído quejarse, alabarse y algunas veces hasta callarse. Porque es mi rosa, en fn. Y volvió con el zorro. —Adiós —le dijo.
—Adiós —dijo el zorro—. He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos. —Lo esencial es invisible para los ojos —repitió el Principito para acordarse. —Lo que hace más importante a tu rosa, es el tiempo que tú has perdido con ella. —Es el tiempo que yo he perdido con ella... —repitió el Principito para recordarlo. —Los hombres han olvidado esta verdad —dijo el zorro—, pero tú no debes olvidara. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Tú eres responsable de tu rosa... —Yo soy responsable de mi rosa... —repitió el Principito a fin de recordarlo. Antoine de Saint Exupèry (Francés, 1900-1944).
CONTESTAR:
1. Anota a todos los personajes que se mencionan en la obra.
 2. ¿De qué trata la conversación del Principito y el Zorro?
3. ¿Qué es domesticar según el Zorro?
4. ¿Qué le revela el Zorro al Principito?
 5. ¿Por qué el Zorro es un personaje relevante?


La tregua.
Lunes 25 de febrero.
 Me veo poco con mis hijos. Nuestros horarios no siempre coinciden y menos aún nuestros planes o nuestros intereses. Son correctos conmigo, pero como son, además, tremendamente reservados, su corrección parece siempre el mero cumplimiento de un deber. Esteban, por ejemplo, siempre se está conteniendo para no discutir mis opiniones. ¿Será la simple distancia generacional lo que nos separa, o podría hacer yo algo más para comunicarme con ellos? En general, los veo más incrédulos que desatinados, más reconcentrados de lo que yo era a sus años. Hoy cenamos juntos. Probablemente haría unos dos meses que no estábamos todos presentes en una cena familiar. Pregunté, en tono de broma, qué acontecimiento festejábamos, pero no hubo eco. Blanca me miró y sonrió, como para enterarme de que comprendía mis buenas intenciones, y nada más. Me puse a registrar cuáles eran las escasas interrupciones del consagrado silencio. Jaime dijo que la sopa estaba desabrida. “Ahí tenéis la sal, a diez centímetros de tu mano derecha”, contestó Blanca, y agregó, hiriente: “¿Queréis que te la alcance?” La sopa estaba desabrida. Es cierto, pero ¿qué necesidad? Esteban informó que, a partir del próximo semestre, nuestro alquiler subirá ochenta pesos. Como todos contribuimos, la cosa no es tan grave. Jaime se puso a leer el diario. Me parece ofensivo que la gente lea cuando come con su familia. Se lo dije. Jaime dejó el diario, pero fue lo mismo que si lo hubiera seguido leyendo, ya que siguió hosco, alunado. Relaté mi encuentro con Vignale, tratando de sumirlo en el ridículo para traer a la cena un poco de animación. Pero Jaime preguntó: “¿Qué Vignale es?” “Mario Vignale.” “¿Un tipo medio pelado, de bigote?” El mismo. “Lo conozco. Buena pieza”, dijo Jaime, “es compañero de Ferreira. Bruto coimero”. En el fondo me gusta que Vignale sea una porquería, así no tengo escrúpulos en sacármelo de encima. Pero Blanca preguntó: “¿Así que se acordaba de mamá?” Me pareció que Jaime iba a decir algo, creo que movió los labios, pero decidió quedarse callado. “Feliz de él”, agregó Blanca, “yo no me acuerdo”. “Yo sí”, dijo Esteban. ¿Cómo se acordará? ¿Cómo yo, con recuerdos de recuerdos, o directamente, como quien ve la propia cara en el espejo? ¿Será posible que él, que sólo tenía cuatro años, posea la imagen, y que a mí, en cambio, que tengo registradas tantas noches, tantas noches, tantas noches, no me quede nada? Hacíamos el amor a oscuras. Llegaba a casa cansada, llena de problemas, tal vez rabiosa con la injusticia de esa semana, de ese mes. A veces hacíamos cuentas. Nunca alcanzaba. Acaso mirábamos demasiado los números, las sumas, las restas, y no teníamos tiempo de mirarnos a nosotros. Donde ella esté, si es que está, ¿qué recuerdo tendrá de mí? En definitiva, ¿importa algo la memoria? “A veces me siento desdichada, nada más que de no saber qué es lo que estoy echando de menos”, murmuró Blanca, mientras repartía los duraznos en almíbar. Nos tocaron tres y medio a cada uno. Mario Benedetti (uruguayo, 1920-2009).
CONTESTAR:
1. ¿Qué tipo de narrador tiene el texto?
2. ¿Quiénes son los miembros de la familia?
3. ¿Qué recuerdos le trae Vignale?
4. ¿Qué recuerda de su mujer?
5. ¿Cómo es la relación con sus hijos?
6. En el siguiente enunciado “Se lo dije. Jaime dejó el diario, pero fue lo mismo que si lo hubiera seguido leyendo, ya que siguió hosco, alunado”, ¿a qué figura literaria correspondería?
7. En el siguiente enunciado “como quien ve la propia cara en el espejo”, ¿a qué figura literaria correspondería?
8. Según la historia ¿en qué época histórica se desarrolla?


Drácula.
II. DEL DIARIO DE JONATHAN HARKER (continuación) 5 de mayo.
 Debo haber estado dormido, pues es seguro que si hubiese estado plenamente despierto habría notado que nos acercábamos a tan extraordinario lugar. En la oscuridad, el patio parecía ser de considerable tamaño, y como de él partían varios corredores negros de grandes arcos redondos, quizá parecía ser más grande de lo que era en realidad. Todavía no he tenido la oportunidad de verlo a la luz del día. Cuando se detuvo la calesa, el cochero saltó y me ofreció la mano para ayudarme a descender. Una vez más, pude comprobar su prodigiosa fuerza. Su mano prácticamente parecía una prensa de acero que hubiera podido estrujar la mía si lo hubiese querido. Luego bajó mis cosas y las colocó en el suelo a mi lado, mientras yo permanecía cerca de la gran puerta, vieja y tachonada de grandes clavos de hierro, acondicionada en un zaguán de piedra maciza.
Aun en aquella tenue luz pude ver que la piedra estaba profusamente esculpida, pero que las esculturas habían sido desgastadas por el tiempo y las lluvias. Mientras yo permanecía en pie, el cochero saltó otra vez a su asiento y agitó las riendas; los caballos iniciaron la marcha, y desaparecieron debajo de una de aquellas negras aberturas con coche y todo. Permanecí en silencio donde estaba, porque realmente no sabía qué hacer. No había señales de ninguna campana ni aldaba, y a través de aquellas ceñudas paredes y oscuras ventanas lo más probable era que mi voz no alcanzara a penetrar. El tiempo que esperé me pareció infnito, y sentí cómo las dudas y los temores me asaltaban. ¿A qué clase de lugar había llegado, y entre qué clase de gente me encontraba? ¿En qué clase de lúgubre aventura me había embarcado? ¿Era aquél un incidente normal en la vida de un empleado del procurador enviado a explicar la compra de una propiedad en Londres a un extranjero? ¡Empleado del procurador! A Mina no le gustaría eso. Mejor procurador, pues justamente antes de abandonar Londres recibía la noticia de que mi examen había sido aprobado; ¡de tal modo que ahora yo ya era un procurador hecho y derecho! Comencé a frotarme los ojos y a pellizcarme, para ver si estaba despierto. Todo me parecía como una horrible pesadilla, y esperaba despertar de pronto encontrándome en mi casa con la aurora luchando a través de las ventanas, tal como ya me había sucedido en otras ocasiones después de trabajar demasiado el día anterior. Pero mi carne respondió a la prueba del pellizco, y mis ojos no se dejaban engañar. Era indudable que estaba despierto y en los Cárpatos. Todo lo que podía hacer era tener paciencia y esperar a que llegara la aurora. En cuanto llegué a esta conclusión escuché pesados pasos que se acercaban detrás de la gran puerta, y vi a través de las hendiduras el brillo de una luz que se acercaba. Se escuchó el ruido de cadenas que golpeaban y el chirrido de pesados cerrojos que se corrían. Una llave giró haciendo el conocido ruido producido por el largo desuso, y la inmensa puerta se abrió hacia adentro. En ella apareció un hombre alto, ya viejo, nítidamente afeitado, a excepción de un largo bigote blanco, y vestido de negro de la cabeza a los pies, sin ninguna mancha de color en ninguna parte. Tenía en la mano una antigua lámpara de plata, en la cual la llama se quemaba sin globo ni protección de ninguna clase, lanzando largas y onduladas sombras al fluctuar por la corriente de la puerta abierta. El anciano me hizo un ademán con su mano derecha, haciendo un gesto cortés y hablando en excelente inglés, aunque con una entonación extraña: —Bienvenido a mi casa. ¡Entre con libertad y por su propia voluntad! No hizo ningún movimiento para acercárseme, sino que permaneció inmóvil como una estatua, como si su gesto de bienvenida lo hubiese fijado en piedra. Sin embargo, en el instante en que traspuse el umbral de la puerta, dio un paso impulsivamente hacia adelante y, extendiendo la mano, sujetó la mía con una fuerza que me hizo retroceder, un efecto que no fue aminorado por el hecho de que parecía fría como el hielo; de que parecía más la mano de un muerto que de un hombre vivo. Dijo otra vez: —Bienvenido a mi casa. Venga libremente, váyase a salvo, y deje algo de la alegría que trae consigo. La fuerza del apretón de mano era tan parecida a la que yo había notado en el cochero, cuyo rostro no había podido ver, que por un momento dudé si no se trataba de la misma persona a quien le estaba hablando; así es que para asegurarme, le pregunté: — ¿El conde Drácula? Se inclinó cortésmente al responderme. —Yo soy Drácula; y le doy mi bienvenida, señor Harker, en mi casa. Pase; el aire de la noche está frío, y seguramente usted necesita comer y descansar.
Mientras hablaba, puso la lámpara sobre un soporte en la pared, y saliendo, tomó mi equipaje; lo tomó antes de que yo pudiese evitarlo. Yo protesté, pero él insistió: —No, señor; usted es mi huésped. Ya es tarde, y mis sirvientes no están a mano. Deje que yo mismo me preocupe por su comodidad. Insistió en llevar mis cosas a lo largo del corredor y luego por unas grandes escaleras de caracol, y a través de otro largo corredor en cuyo piso de piedra nuestras pisadas resonaban fuertemente. Al final de él abrió de golpe una pesada puerta, y yo tuve el regocijo de ver un cuarto muy bien alumbrado en el cual estaba servida una mesa para la cena, y en cuya chimenea un gran fuego de leños, seguramente recién llevados, lanzaba destellantes llamas. El conde se detuvo, puso mis maletas en el suelo, cerró la puerta y, cruzando el cuarto, abrió otra puerta que daba a un pequeño cuarto octogonal alumbrado con una simple lámpara, y que a primera vista no parecía tener ninguna ventana. Pasando a través de éste, abrió todavía otra puerta y me hizo señas para que pasara. Era una vista agradable, pues allí había un gran dormitorio muy bien alumbrado y calentado con el fuego de otro hogar, que también acababa de ser encendido, pues los leños de encima todavía estaban frescos y enviaban un hueco chisporroteo a través de la amplia chimenea. El propio conde dejó mi equipaje adentro y se retiró, diciendo antes de cerrar la puerta: —Necesitará, después de su viaje, refrescarse un poco y arreglar sus cosas. Espero que encuentre todo lo que desee. Cuando termine venga al otro cuarto, donde encontrará su cena preparada. La luz y el calor de la cortés bienvenida que me dispensó el conde parecieron disipar todas mis antiguas dudas y temores. Entonces, habiendo alcanzado nuevamente mi estado normal, descubrí que estaba medio muerto de hambre, así es que me arreglé lo más rápidamente posible y entré en la otra habitación. Encontré que la cena ya estaba servida. Mi anfitrión estaba en pie al lado de la gran fogata, reclinado contra la chimenea de piedra; hizo un gracioso movimiento con la mano, señalando la mesa, y dijo: —Le ruego que se siente y cene como mejor le plazca. Espero que usted me excuse por no acompañarlo; pero es que yo ya comí, y generalmente no ceno. Le entregué la carta sellada que el señor Hawkins me había encargado. Él la abrió y la leyó seriamente; luego, con una encantadora sonrisa, me la dio para que yo la leyera. Por lo menos un pasaje de ella me proporcionó gran placer: “Lamento que un ataque de gota, enfermedad de la cual estoy constantemente sufriendo, me haga absolutamente imposible efectuar cualquier viaje por algún tiempo; pero me alegra decirle que puedo enviarle un sustituto eficiente, una persona en la cual tengo la más completa confianza. Es un hombre joven, lleno de energía y de talento, y de gran ánimo y disposición. Es discreto y silencioso, y ha crecido y madurado a mi servicio. Estará preparado para atenderlo cuando usted guste durante su estancia en esa ciudad, y tomará instrucciones de usted en todos los asuntos.” Bram Stoker (irlandés, 1847-1912).
CONTESTAR:
1. ¿Qué tipo de narrador presenta la obra?
2. ¿Qué negocio del conde Drácula va a tratar el abogado?
 3. ¿Cómo es físicamente Drácula?
4. ¿En qué espacio físico se desarrollan los hechos?
5. ¿Cómo se encuentra emocionalmente el licenciado?

Fahrenheit 451.
El Sabueso Mecánico dormía sin dormir, vivía sin vivir en el suave zumbido, en la suave vibración de la perrera débilmente iluminada, en un rincón oscuro de la parte trasera del cuartel de bomberos. La débil luz de la una de la madrugada, el claro de luna enmarcada en el gran ventanal tocaba algunos puntos del latón, el cobre y el acero de la bestia levemente temblorosa. La luz se reflejaba en porciones de vidrio color rubí y en sensibles pelos capilares, del hocico de la criatura, que temblaba suave, suavemente, con sus ocho patas de pezuñas de goma recogidas bajo el cuerpo.
Montag se deslizó por la barra de latón abajo. Se asomó a observar la ciudad, y las nubes habían desaparecido por completo; encendió un cigarrillo, retrocedió para inclinarse y mirar al Sabueso. Era como una gigantesca abeja que regresaba a la colmena desde algún campo donde la miel está llena de salvaje veneno, de insania o de pesadilla, con el cuerpo atiborrado de aquel néctar excesivamente rico, y, ahora, estaba durmiendo para eliminar de sí los humores malignos. - Hola -susurró Montag, fascinado como siempre, por la bestia muerta, la bestia viviente-. De noche, cuando se aburría, lo que ocurría a diario, los hombres se dejaban resbalar por las barras de latón y ponían en marcha las combinaciones del sistema olfativo del Sabueso, y soltaban ratas en el área del cuartel de bomberos; otras veces, pollos, y otras, gatos que, de todos modos, hubiesen tenido que ser ahogados, Y se hacían apuestas acerca de qué presa el Sabueso cogería primero. Los animales eran soltados. Tres segundos más tarde, el fuego había terminado, la rata, el gato o pollo atrapado en mitad del patio, sujeto por las suaves pezuñas, mientras una aguja hueca de diez centímetros surgía del morro del Sabueso para inyectar una dosis masiva de morfina o de cocaína. La presa era arrojada luego al incinerador. Empezaba otra partida. Cuando ocurría esto, Montag solía quedarse arriba. Hubo una vez, dos años atrás, en que hizo una apuesta y perdió el salario de una semana, debiendo enfrentarse con la furia insana de Mildred, que aparecía en sus venas y sus manchas rojizas. Pero, ahora, durante la noche, permanecía tumbado en su litera, con el rostro vuelto hacia la pared, escuchando las carcajadas de abajo y el rumor de las patas de los roedores, seguidos del rápido y silencioso movimiento del Sabueso que saltaba bajo la cruda luz, encontrando, sujetando a su víctima, insertando la aguja y regresando a su perrera para morir como si se hubiese dado vueltas a un conmutador. Montag tocó el hocico. El Sabueso gruñó. Montag dio un salto hacia atrás. El Sabueso se levantó a medias en su perrera y le miró con ojos verdeazulados de neón que parpadea, en sus globos repentinamente activados. Volvió a gruñir, una extraña combinación de siseo eléctrico, de pitar y de chirrido de metal, un girar de engranajes parecía oxidados y llenos de recelo. -No, no, muchacho -dijo Montag-. El corazón le latió fuertemente. Vio que la aguja plateada asomaba un par de centímetros, volvía a ocultarse, asomaba un par de centímetros, volvía a ocultarse, asomaba, se ocultaba. El gruñido se acentuó, la bestia miró a Montag. Éste retrocedió. El Sabueso adelantó un paso en su perrera. Montag cogió la barra de metal con una mano. La barra, reaccionando, se deslizó hacia arriba y silenciosamente, le llevó más arriba del techo, débilmente iluminada. Estaba tembloroso y su rostro tenía un color blanco verdoso. Abajo, el Sabueso había vuelto a agazaparse sobre sus increíbles ocho patas de insecto y volvía a ronronear para sí mismo, con sus ojos de múltiples facetas en paz. Montag esperó junto al agujero a que se calmaran sus temores. Detrás de él, cuatro hombres jugaban a los naipes bajo una luz con pantalla verde, situada en una esquina. Los jugadores lanzaron una breve mirada a Montag, pero no dijeron nada. Sólo el hombre que llevaba el casco de capitán y el signo del cenit en el mismo, habló por último, con curiosidad, sosteniendo las cartas en una de sus manos, desde el otro lado de la larga habitación. - Montag... - No le gusto a ése -dijo Montag-.
- ¿Quién, al Sabueso? -El capitán estudió sus naipes-. Olvídate de ello. Ése no quiere ni odia. Simplemente, funciona. Es como una lección de balística. Tiene una trayectoria que nosotros determinamos. Él la sigue rigurosamente. Persigue el blanco, lo alcanza, y nada más. Sólo es alambre de cobre, baterías de carga y electricidad. Montag tragó saliva. - Sus calculadoras pueden ser dispuestas para cualquier combinación, tanto aminoácidos, tanto azufre, tanto grasa, tanto álcalis. ¿No es así? - Todos sabemos que sí. - Las combinaciones químicas y porcentajes de cada uno de nosotros están registrados en el archivo general del cuartel, abajo. Resultaría fácil para alguien introducir en la memoria del Sabueso una combinación parcial, quizá un toque de aminoácido. Eso explicaría lo que el animal acaba de hacer. Ha reaccionado contra mí. - ¡Diablos! -exclamó el capitán-. - Irritado, pero no completamente furioso. Sólo con la suficiente memoria para gruñirme al tocarlo. - ¿Quién podría haber hecho algo así? -preguntó el capitán-. Tú no tienes enemigos aquí, Guy. - Que yo sepa, no. Mañana haremos que nuestros técnicos verifiquen al Sabueso. - No es la primera vez que me ha amenazado -dijo Montag-. El mes pasado ocurrió dos veces. - Arreglaremos esto, no te preocupes.
CONTESTAR:
1. ¿Qué tipo de narrador presenta la historia?
 2. ¿En qué espacio se desarrolla la historia?
3. ¿Según los elementos proporcionados a qué tipo de novela corresponde?

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